domingo, 11 de enero de 2015

Agridulce realidad

Quizás, esta sea la historia más triste que ella pudo haber vivido. Pensó que jamás volvería a sentir aquel devastador dolor que le congelaba los huesos, cada vez más intenso. El va y ven de sus sentimientos era más y más fuerte, como las olas del mar, a veces calmadas, a veces molestas. Estaba tan triste, cual día lluvioso de cielo gris finalizando el otoño. Se había enamorado lentamente del hombre equivocado.

Comenzó a apreciar aquellas mentiras perfectamente elaboradas, tanto así, que su brillante cerebro fue disminuyendo su luz, y sus ojos dejándose cegar por la venda que él le había colocado. Había mentido tan bien, fingió por tanto tiempo hasta que ella pudo creer. Se preguntaba por qué existían personas que viven con la sed de hacer sufrir a los demás. Se preguntaba qué mal había hecho, todo esto parecía obra del diablo y todo el universo, conspirando contra ella.

Obviamente, ella no quería este sufrimiento para si. Nadie desearía pasar por esto.

Desde el comienzo de su historia lo dijo, y él juro que no pasaría. La engañó, él no cambió nunca, ni siquiera la nobleza del corazón que ella tenía, su inteligencia, su delicadeza y amor hacia él pudieron cambiarlo.

En muchas ocasiones salía para despejar su mente de tanto pensar en aquel suceso. Al instante, por fin fuera de casa, de esa cueva oscura que la encerraba y la motivaba a seguir sufriendo, empezaba a añorar aquel lugar rodeado de paredes cubiertas de soledad, frías a pesar de la calidez del sitio, los rayos del Sol eran insuficientes para iluminar su alma. Veía las personas caminar, algunas solas, otras sonrientes, algunas tan vacías del alma como ella, y todos, absolutamente todos, desconocían el dolor que sentía. Tal vez, la incomprensión de ellos la deshacía, en pedazos se desarmaba su frágil cuerpo. Quienes podían escucharla solo aconsejaban que olvidara todo aquello, que se valorara, que lo superara... como si fuera tan fácil hacerlo...

Qué estúpida... solo eso pasaba por su mente. Se dejó envolver de aquellas mentiras como si fuera una ignorante de la vida. Lo era. Era una tonta sin remedio. La verdad y la realidad siempre estuvieron allí, enfrente de ella y no pudo verlas.

Cada día de su vida se tornaba más amargo. Esperaba el día en que pudiera olvidar todo aquello. Qué difícil. Era inútil el esfuerzo, pero ni modo, había que borrar ese pasado inmediato que la torturaba noche y día.

No dormía, no comía, no tenía ganas de nada. Quería llorar y no hacerlo a la vez. Deseaba que todo aquello fuera una broma. No lo era. Era tan real como el vacío de su alma. Su corazón palpitaba fuerte, la ansiedad acababa con su tranquilidad.

Le daba miedo frecuentar aquellos lugares que visitaban y recorrían juntos. La universidad era uno de la lista de espacios, en especial aquel que rodeaba el auditórium principal. Un territorio verde, cálido y lleno de flores y frutos tropicales. Un lugar bastante tranquilo, en donde solo se escuchaba el cantar de las aves. Ella recordaba con frecuencia las distintas especies de pajaritos que podía apreciar allí, y las experiencias que pudo vivir con él.

Recordó también aquellas clases en el verano en las que las ansias de escapar para verlo eran inmensas. Él también se fugaba de su aula. No podía hacerla esperar, ni quería hacerlo.

Todo aquello estaba perdido y parecía como si nunca hubiera ocurrido jamás.
Al él no le importaba el dolor que ella sentía. Solo pensaba en él, no en los demás. Era el ser más incomprensible del universo. Afirmaba que nadie lo vería sufrir por otra persona como antes lo hacía. Para él las mujeres solo herían corazones. Para él ninguna merecía que fuera sensible para con ellas, pues a las que más amó lo traicionaron con alguien más. Pero esta chica no tenía la culpa de eso. Era ingenua y servicial. Para él era perfecta, pero no podía jugar más con su persona.
Él sabía que su corazón le pertenecía por completo.

Esta chica si lo quería en serio, no tenía pensado correr a los brazos de nadie que no fuera él, y la lastimó. Sabía perfectamente que ella no era como las demás. A esas que tanto dolor le causaron y aún sigue amando. Su corazón es un condominio ocupado por muchas, pero ninguna se queda a vivir allí. Le abrió las puertas a esa pobre chica, llenándola de ilusiones, haciéndole creer que ella sería dueña de sus habitaciones, de su alma. No fue así. Le hizo creer que él no era como aquel que le había mentido anteriormente, que no sabía tratar a una chica como se lo merecía, ¿A caso él sí? Lo dudo. Era aún más superficial que el anterior.

Ella le contó que no era de esa clase de mujeres, que era complicada, que no era su tipo de chica. Él insistió. Pensó que podría permanecer con una persona como ella, cambiar en sus brazos. Ella sabía que no, pero confió, creyó que con amor todo se logra y se equivocó.

Ahora solo queda que desvíe su camino. Que comprenda que cometió un error. Siempre lo hace. Ahora solo queda esperar que él toque a su puerta nuevamente ofertando su corazón como lo hizo antes. Que le prometa ser la única esta vez. Es lo mismo de siempre.

Espero que cuando eso ocurra ya sea demasiado tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario